Siguiendo a Martuccelli (2009)
sostenemos que es falsa la premisa según la cual las identidades son
excluyentes entre sí, como si fueran un casco sólido y homogéneo. Ninguna es
“pura” o, si se quiere, esencial; todas son el producto de una construcción
histórica en la cual diversos elementos son combinados, desafiando las
“fronteras culturales”. En este sentido,
apoyamos la postura de Cuche (2007), al sostener que las identidades
culturales no son preexistentes a los individuos. Es por este motivo que
descartamos aquellas teorías que tienen una concepción objetivista de la identidad al tratar de describirla a
partir de cierto número de criterios determinantes considerados “objetivos”
(herencia, cultura, lengua, etc.) Esto llevaría a ver la identidad como un
fenómeno estático, fijo, que remite a una colectividad definida de manera casi
inmutable. Creemos, en oposición, que “la identidad es una construcción que
se elabora en una relación que opone un grupo a los otros con los cuales entra
en contacto.” (Cuche, D; 2007:109) Según Frederick Barth (1969) para
definir la identidad de un grupo, lo que importa no es hacer el inventario del
conjunto de rasgos culturales distintivos, sino encontrar aquellos que son
utilizados por los miembros del grupo para afirmar su distinción cultural. Una
identidad diferenciada sólo puede ser resultado de las interacciones entre los
grupos. La identidad es siempre una relación con el otro, es decir que,
identidad y alteridad tienen una parte en común y están en una relación
dialéctica. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que la identidad es
siempre un compromiso, una negociación, entre: una “autoidentidad” definida por
sí misma y una “heteroidentidad” o “exoidentidad” definida por los otros. De
acuerdo con la situación relacional o, si se prefiere, la relación de fuerza
entre los grupos de contacto, la
autoidentidad tendrá más o menos legitimidad que la heteroidentidad. Esta
última, en una situación de dominación, se traduce en la estigmatización de los
grupos minoritarios. Vemos cómo la identidad se pone en juego en las luchas
sociales y cómo, obviamente, todos los grupos no tienen el mismo poder o
autoridad para nombrar y nombrarse. En este sentido, el conjunto de las
definiciones identitarias funciona como un sistema de clasificación que fija las
posiciones respectivas de cada grupo. (2007:111,112)
No obstante, todo esto no debe
hacernos creer que la identidad es monolítica o unidimensional. Lo
característico de ella es su carácter fluctuante, flexible y dinámico, que se
presta a diversas manipulaciones, reformulaciones e interpretaciones. Cada
individuo integra, de manera sintética, la pluralidad de las referencias
identificatorias que se vinculan con su historia. “Cada individuo es
consciente de tener una identidad de geometría variable, según las dimensiones
del grupo en el que encuentra referencia en tal o cual situación relacional.”
(2007:117) Si bien la identidad es multidimensional, esto no significa la
pérdida de su unidad. Para subrayar esta dimensión cambiante, algunos autores
hablan de “estrategias identitarias” en donde la identidad no es absoluta sino
relativa. El individuo entonces, en función de su apreciación de la situación,
utiliza de manera estratégica sus recursos identitarios. Así, plantea Cuche, la
identidad se construye, se deconstruye y se reconstruye según las situaciones.
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