miércoles, 17 de abril de 2013

Raza y Racismo

La clasificación de los grupos humanos en un pequeño número de grupos fundamentales es en gran medida producto de la historia europea. A partir del siglo XV los europeos comienzan sus viajes de exploración y observan en las distintas regiones, personas con diversas características físicas. Es en 1761 que el naturalista Carl Von Linneo habló por primera vez del homo sapiens, concepto con el que nombró a la especie del género humano, reconociendo así que todos los humanos eran parte de la misma especie. Sin embargo, terminó por agregar subclasificaciones adicionales para lo que él vio como razas o subespecies: afer (africana), americanus (americana), asiaticus (asiático), europaeus (europeos) y monstrosus (pueblos originarios y personas con malformaciones genéticas). Cada una de estas subespecies portaba determinadas características físicas, comportamentales e intelectuales, sumado a la detención de un tipo especial de gobierno.
El concepto de raza, está estrechamente vinculado a la emergencia del capitalismo, el cual necesitó de su invención para justificar la esclavitud y el colonialismo necesarios para su expansión. Balibar sostiene que el racismo es un “fenómeno social total”, que se inscribe en prácticas, discursos y representaciones que son desarrollos “del fantasma de la profilaxis o desagregación (necesidad de purificar el cuerpo social, de preservar la identidad del ´yo´, del ´nosotros´, ante cualquier perspectiva de mestizaje, de invasión), y que se articulan en torno a estigmas de la alteridad (apellido, color de la piel, prácticas religiosas)” (1990: 32). Por lo tanto, estas prácticas, discursos y representaciones funcionan en una red de estereotipos afectivos que permiten la formación de una comunidad racista y obligan a los individuos y colectividades, que son blanco de ese racismo, a percibirse también como una comunidad.
Ahora bien, el género humano presenta naturalmente variaciones graduales en su composición genética; sin embargo, somos nosotros quienes lo dividimos en razas teniendo en cuenta los rasgos fenotípicos característicos de las poblaciones (Marks, J;1997:4). A pesar de que análisis filogenéticos de grupos humanos sobre la base de criterios estables -no sometidos a adaptaciones al medio, como por ejemplo el color de la piel, entre otros- demuestran que la variación genética es mucho más importante entre individuos de una misma población que entre grupos diferentes (Piazza, A; 1997:1), el racismo se las arregló para continuar a la orden del día pero encarnado en una nueva forma: el racismo diferencialista o neorracismo. Este racismo ya no tiene por tema central la herencia biológica sino la irreductibilidad de las diferencias culturales. A primera vista no postula la superioridad de determinados grupos respecto de otros, sino la nocividad de la desaparición de las fronteras y la incompatibilidad de las formas de vida. (Balibar, E; 1990:37) Este nuevo racismo termina por clasificar a los grupos humanos como portadores de una cultura rígida, perpetua, inalterable e incompatible con cualquier otra (San Roman, T; 1996:46). Pasamos por lo tanto de un racismo biológico a un racismo cultural.
Vemos asi cómo el concepto de raza clasifica y jerarquiza a los distintos grupos humanos, generando de esta manera una segregación esencialista entre los mismos, valorizándolos de manera positiva o negativa según sus supuestas características distintivas. El siglo XIX con su marco imperialista y colonialista, de desarrollo de la ciencia y la industria, fue el escenario perfecto para el avance del concepto de racismo: en función de justificar la violencia y la opresión de los pueblos sometidos y de poder disfrutar sin culpas de sus beneficios, se declaró inferiores a aquellos que se esclavizaban o cuyo país se explotaba

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